jueves, 18 de febrero de 2010

Halla y haya

Me pregunta un gran amigo cuál es la diferencia entre halla y haya, y su uso casual; es decir, su uso lingüístico informal. (casual, en el contexto que él propone, es un calco semántico del inglés).

Pues bien, halla puede tener como sinónimo encuentra, puesto que es una conjugación del verbo hallar, cuyo significado, según el Diccionario de la Real Academia, es “dar con alguien o algo que se busca”. Así pues, yo le podría aconsejar, en un encuentro casual (ahora sí bien utilizado, pues aquí significa “por casualidad”), a un reflexivo anciano: “Halla la felicidad en aquella que da la victoria”. Que sería como indicarle: “Encuentra la felicidad en aquella que da la victoria”.

Por el contrario, cuando el verbo haber, al conjugarse en tiempos compuestos, se utiliza como verbo auxiliar que acompaña a un verbo principal, aparece el haya que le causa confusión a mi amigo y, como a él, a muchos más. Así pues, yo podría seguir dialogando con el reflexivo anciano y comentarle: “Cuando hayas llegado a tierras bárbaras, y hayas hallado la felicidad, confirmarás, una vez más, que ella da la victoria”.

Y hablando de tierras bárbaras, eso me recuerda que hay cierto barbarismo imperdonable y jamás aceptable en ningún registro lingüístico, ni formal ni informal, de ninguna variante del español: haiga (en pésima sustitución por el haya, del que hablaba en el párrafo anterior). Como dice mi buena amiga Charo: “Dígalo bien… que nada le cuesta”.

¿Microhondas o microondas?

Contrario a lo que muchas personas piensan, el aparato electrónico que a diario usamos en nuestras cocinas para, entre otras cosas, acelerar el proceso de calentar nuestros alimentos cuando llegamos “esamayaos” de la calle se llama microondas. Sí, microondas sin h y no, microhondas con h.

Es curioso, tan empeñados que andan algunos (y algunas), como el gran García Márquez, con simplificar la Ortografía de nuestra hermosa lengua española eliminando esa h muda, impertinente e “innecesaria” y, justo cuando la pueden “enviar de paseo”, cuando pueden libre y “legalmente” prescindir de ella, ahí van y la colocan incoherentemente donde no toca.

Digo incoherentemente, porque cuando imagino la existencia de un microhondas, pienso en la gran contradicción que implicaría su existencia. Micro- es un prefijo griego que significa “muy pequeño”; honda puede significar, en una de sus acepciones, “alguna cosa que posee gran profundidad”. Al unir ambos significados tendríamos un objeto o un accidente geográfico caracterizado por su “muy pequeña honda profundidad”. Y, entonces, la profundidad o sería muy poca o sería mucha, en su extensión, por la hondura. (Aunque si intentara otorgarle cierta lógica semántica podría hacer poesía al definirlo como “aquello que posee una muy hondamente pequeña profundidad”. Es decir, “aquellos objetos que son superficiales”, como la fe y el corazón de algunas personas”).

O quién sabe si, tal vez, convertida en una quijotesca “Davidita” tomaría fuertemente entre mis manos una microhonda (es decir, mi diminuta tira de cuero) para lanzar piedras de redención que derribaran al gran Goliat del Norte y liberar, ¡al fin!, a mi pueblo.

Amigas / Amigos

"Amigos"

Tengo amigos que no saben el lugar que ocupan em mi corazón.
No perciben el amor que les profeso y la absoluta necesidad que tengo de ellos.

El "amor-amistad "es un sentimiento más noble que el "amor-pareja" , pues permite que su objeto de cariño se divida en otros afectos, mientras que el "amor-pareja" tiene intrínsecos los celos, que no admiten la rivalidad.

Y yo podría soportar, sin embargo, no sin dolor, que hubiesen muerto todos mis amores, ¡Pero enloquecería si muriesen todos mis amigos!

Hasta aquellos que no perciben cuánto son mis amigos y cuánto mi vida depende de sus existencias...

A algunos de ellos no los frecuento, me basta saber que existen.
Esta mera condición me llena de coraje para seguir en frente de la vida.
Sin embargo, porque no los frecuento con asiduidad , no les puedo decir cuánto los aprecio. Ellos no lo creerían.

Muchos de ellos están leyendo esta crónica y no saben que están incluidos en la sagrada relación de mis amigos.
Mas es delicioso que yo sepa y sienta que los adoro, aunque no se los diga y no los frecuente.

Y las veces que los frecuento, noto que ellos no tienen
noción de cómo me son necesarios, de cómo son indispensables a mi
equilibrio vital, porque ellos hacen parte del mundo que yo, trémulamente,
construí y se tornaron en fundadores de mi encanto por la vida.

Si uno de ellos muriera, yo quedaría torcido para un lado.
Si todos ellos murieran, ¡yo me desmoronaría!
Es por eso que, sin que ellos sepan, yo rezo por sus vidas. Y me avergüenzo, porque esa súplica está, en síntesis, dirigida a mi bienestar. Ella es, tal vez, fruto de mi egoísmo.

A veces, me sumerjo en pensamientos sobre alguno de ellos.
Cuando viajo y estoy delante de lugares maravillosos,
me cae alguna lágrima porque no están junto a mi, compartiendo aquel placer...

Si alguna cosa me consume y me envejece, es que la rueda furiosa de la vida no me permite tener siempre a mi lado, habitando conmigo, andando conmigo, hablando conmigo, viviendo conmigo, a todos mis amigos, y, principalmente los que solo desconfían o tal vez nunca van a saber
¡que son mis amigos!


Del poeta, escritor y compositor
Vinicius de Moraes