jueves, 20 de noviembre de 2008

Kotodama al día 2



Veintinueve letras y no, veintisiete

No sé sabe quién, cómo y cuándo, pero a algún erudito trasnochado y anacrónico le ha dado por andar vociferando a diestra y siniestra que la ch y la ll son letras (grafemas) que ya no forman parte del abecedario español. Pues permítanme informarles, estimado amigo, estimada amiga, que quien tales afirmaciones anda proliferando, no sin una gran dosis de ignorancia y desinformación, miente y no dice verdad. 

De acuerdo con la autoridad que tan legítimamente ella detenta, la Real Academia de la Lengua Española declara lo siguiente en su entrada para abecedario en el Diccionario panhispánico de dudas (2005):

 El abecedario español está hoy formado por las veintinueve letras siguientes: a, b, c, ch, d, e, f, g, h, i, j, k, l, ll, m, n, ñ, o, p, q, r, s, t, u, v, w, x, y, z ( abc, etc.)... Esta variante española del alfabeto latino universal ha sido utilizada por la Academia desde 1803 (cuarta edición del Diccionario académico) en la confección de todas sus listas alfabéticas. Desde esa fecha, los dígrafos ch y ll (signos gráficos compuestos de dos letras) pasaron a considerarse convencionalmente letras del abecedario, por representar cada uno de ellos un solo sonido. No obstante, en el X Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, celebrado en 1994, se acordó adoptar el orden alfabético latino universal, en el que la ch y la ll no se consideran letras independientes. En consecuencia, las palabras que comienzan por estas dos letras, o que las contienen, pasan a alfabetizarse en los lugares que les corresponden dentro de la c y de la l, respectivamente. Esta reforma afecta únicamente al proceso de ordenación alfabética de las palabras, no a la composición del abecedario, del que los dígrafos ch y ll siguen formando parte.


Con esto se quiere decir que la ch y la ll continúan siendo —y nunca han dejado de serlo— letras del abecedario español. Sin embargo, por ambigüedades y arbitrariedades de los académicos españoles, ambas letras no tienen una entrada individual y separada en el Diccionario de la Real Academia Española. Si usted busca en el diccionario, por ejemplo, la palabra chauvinista, tendrá que hacerlo dentro de la letra C y no dentro de la Ch, como en algún momento de la Historia se hacía.


Con todo, nadie ha podido derribarlas de su merecido lugar, pues cada una de ellas es un grafema, es decir, una representación gráfica de un fonema (sonido distintivo de una lengua), cuya distinción requiere de una representación gráfica única. La ñ, que las acompaña en sus pesares, bien sabe lo que se sufre cuando se ignora el valor distintivo de un sonido en una lengua. Solo basta recordar aquel intento perverso, pero inútil, de eliminarla de los teclados, porque una trulla de tecnócratas, una vez más, cimentados en la más garrafal ignorancia, advertían que no era una letra "económica". Pero nuestra muy mimada ñ,  con su "moño para'o", desde sus trincheras cimarronas combatió, reclamó y luchó hasta lograr su legítimo espacio cibernético y tecnológico.


Así es que amiga, amigo, no se deje engañar. Las letras del abecedario español son veintinueve y no, veintisiete, por más títulos de prestigio o cargos de poder que pueda tener quien afirme lo contrario.




domingo, 19 de octubre de 2008

¿Por qué "Kotodama"?



Durante mis pasadas vacaciones, estuve leyendo un libro muy interesante titulado Mensajes ocultos del agua de Masaru Emoto. Este científico japonés establece una teoría que indica que las palabras tienen un gran poder sobre el agua y que, puesto que los seres humanos somos un 70% agua, debemos cuidar la forma en que las usamos, sobre todo, cuando nos comunicamos con otras personas. Masaru Emoto afirma en su libro que las palabras más positivamente poderosas son amor y gratitud, y que estas hacen que se formen los cristales de agua más armónicos y hermosos que puedan existir.

Mientras leía acerca de Kotodama espíritu de las palabras, no pude evitar pensar en la palabra hebrea DaBaR, que significa "Palabra de Dios". Kotodama DaBaR son, pues, realidades análogas: crean el mundo y pretenden transformarlo. En esa DaBaR creadora del Génesis reside el Espíritu que aletea sobre las aguas antes de la creación del mundo y quien, con cada palabra que pronuncia, hace posible el milagro de la vida, y quien, además, en cada detalle contempla cosas muy buenas: Dijo Dios: "Haya luz" y vio Dios que era bueno (Gn. 1, 3-4) .

Luego, esa misma DaBaR de Dios se encarna para redimir a la humanidad entera: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios... Todo se hizo por ella y sin ella nada se hizo... (Juan 1, 1-3). La Palabra existía, pues, antes de la creación del mundo y es la que lo crea y lo redime.

Cuando pienso, entonces, en todos mis años de estudios universitarios dedicados al estudio de las palabras y cuando tomo conciencia de mi delicada labor de correctora, me asusto y me maravillo. Me asusto porque es grande la responsabilidad que recae sobre mi lenguada espalda. Me maravillo porque cada palabra, bien dicha, crea, edifica, educa, construye, anima, seduce, invita a la creación. Pero si, en mi imperfecta limitación humana, descuido la precisión, el detalle, la letra, el orden de las palabras, los signos ortográficos (una coma mal puesta), entonces, mi trabajo se torna oscuro, se convierte en un caos, en aquel caos primigenio sobre el que Dios pronunció su DaBaR para establecer el orden, la armonía, lo bueno, lo perfecto.

Quiero pues invitarnos, a mí y a ustedes, a despertar nuestras conciencias acerca del poder de las palabras. Aquellas que, bien redactadas, bien ordenadas, bien escogidas, bien dichas, se asemejan a la DaBaR de Dios. Que nuestro ejercicio de escribir o de hablar sea semejante a la solemne labor de un gran artista que, inspirado en la belleza, esculpe una estatua de mármol. Que nuestras palabras se asemejen a la creación bondadosa de Dios: la que promueve la paz, la justicia, la compasión, el amor. Que con nuestras palabras, bendigamos, animemos, creemos, salvemos, amemos, igual que lo hace el Espíritu de las palabras, la DaBaR de Dios.

Mi DaBaR 4


De Patria a ¿”Patria”?

 

La Patria es una mujer

Y él regresó para amarla

Contra los que se desvelan

Tan sólo por disfrutarla

Y en vez de darle caricias ´

Lo que hacen es manosearla…

            “Sangueo para el regreso”

                                 Alí Primera

 

Nos ocurre a los hombres a unos prisioneros

Que se hallaran en una caverna subterránea

Y desde su nacimiento estuvieran amarrados a un banco,

de modo que nunca pudieran volverse y sólo vieran las

sombras que se proyectan en la pared de enfrente

cuando se hacen desfilar por detrás copias de las cosas

que existen en este mundo debajo del sol. Ese mundo de

sombras proyectado en la pared les parecerá ser la

única y verdadera realidad. Si luego salieran de la caverna

 a la luz del sol, se les haría difícil creer que fuera

éste el mundo verdadero.

                                                Platón, La República

 

Conversando informalmente con unos amigos surgió el tema del famoso anuncio de Medalla, que ahora tiene segunda parte. No pude ocultar mi desagrado ante el mismo. Recordé, entonces, el artículo que Luis Fernando Coss publicara en El Nuevo Día, el 11 de noviembre de 1998, titulado “¿Por qué recordar a Lincoln? y, luego de una reflexión, decidí exponer mi punto de vista sobre dicho anuncio.

En primer lugar, me parece que el utilizar a la mujer como puro objeto sexual va en detrimento de la dignidad que tan amorosamente le concedió Dios a nuestro género desde el momento mismo de la creación. Género que ha sido visto como puro objeto de consumo y explotación a través de todas las épocas. Y es este el mensaje que se encuentra implícito en dicho anuncio.

Esta promoción comercial ha empleado la metáfora de “la rubia” para designar al producto de esta compañía y utiliza a una mujer rubia como elemento de enganche para la venta del mismo. Mujer y cerveza son, pues, a través de este código manipulador, una misma cosa: un objeto de consumo que cumple con la función de satisfacer las pasiones del “macho boricua”.

 

En segundo lugar, me parece que al otorgarle el nombre de “Patria” a la joven que sale en el comercial se está haciendo una analogía entre paisaje natural y “geografía corporal”; es decir, entre playa y mujer, o mejor dicho, entre Nación y mujer. Nuevamente se confunden dos conceptos distintos, geografía y mujer, en un solo: la Nación. La “Patria”, la Nación, es lo palpable y disfrutable solamente a través de los sentidos masculinos. La Nación, en este anuncio, se reduce solamente al paisaje: el mar, la espuma, las palmeras, el sol, la arena, “la rubia”, etc. Y no es que esto esté mal, porque el paisaje es parte indispensable de la forma visible de la Patria, de la Nación. Pero la Patria, la Nación, es también el Pueblo, (que, de paso, no es nada rubio, y si no que se lo pregunten a Palés y a su “Mulata Antilla”), con toda su historia de resistencia y con una poderosa cultura de cinco siglos que se afirma y se reafirma en la lucha cotidiana, con todas las contradicciones que, muchas veces, esto conlleva y a pesar de toda la propaganda criminal y abusiva para asimilarnos.

Reducir la Nación al paisaje, al cuerpo de la mujer que, para colmo de males no es respetado ni dignificado, sino que por el contrario es explotado por comerciantes inescrupulosos, es, desde mi muy particular modo de ver, una manera de mutilar el rostro multiforme de nuestra nacionalidad y atenta contra nuestra dignidad humana.

Esto me lleva, además, a cuestionarme en dónde quedamos paradas, qué lugar ocupamos dentro de la Patria-Nación que presenta el anuncio, aquellas mujeres que no cumplimos con los requisitos de ser “hermosas” (entiéndase “rubias”), delgadas, de ojos azules y pelo lacio, etc. ¿No somos, acaso, puertorriqueñas y representativas de la Nación a la que por designio divino pertenecemos, las otras; es decir, las negras, las mulatas, las llenitas, las de pelo rizo o negro, etc.?

Por otro lado, quiero señalar un punto importante que subyace detrás de este discurso comercial. La “Patria” del anuncio es una mujer sumida en un profundo silencio. La “Patria” de Medalla es una mujer sin palabras. Son los hombres los únicos que se pronuncian, aún cuando su discurso sea tan hueco. Y me quedo yo pensando… en tantas cosas que tenemos que decir las mujeres. ¡Tantas aportaciones que podemos hacer, tantas luchas que tenemos que continuar, tantos espacios que tenemos que llenar con nuestra palabra y con nuestra acción! ¡Tantas mujeres valiosas que con 30 segundos en televisión podrían contribuir de alguna forma a transformar la realidad decadente que nos va envolviendo y socavando el alma!

Me hubiera gustado contemplar a una “Patria” que, en lugar de estar exhibiéndose por una hermosa playa nuestra, encarnara en su corporeidad la voz de los sin voz; la voz contestataria al poder que oprime, anula y degrada el pensamiento y el juicio crítico.

Ésta es mi lectura entre líneas de una campaña comercial que, desgraciadamente no es privativa de la compañía de cerveza Medalla, sino que surge del aparato publicitario que el sistema capitalista en que vivimos ha producido, adormeciendo y manipulando los valores éticos y morales de toda una sociedad.

Para concluir, quisiera señalar, que este anuncio, entre otros tantos, y muchos programas de nuestra televisión, saturada de mediocridad hasta la saciedad, y en la cual la mujer ha sido rebajada a un pedazo de carne para excitar la salivación “canina” del “machosaurio boricua”, forman parte del eterno carnaval en el que día a día se enajena a nuestro Pueblo. Pero ya lo dijo ese nefasto gobernador de nuestra oscura y triste historia colonial española, Miguel de la Torre, cuyo gobierno se conoció como el gobierno de las tres “B” (baile, botella y baraja): “Pueblo que se divierte no conspira”. Y ahí seguimos, hundidos en la miseria de las migajas que nos da el imperio, incapaces de levantarnos del lodo, adormecidos y amordazados para siempre en la “Caverna de Platón”, creyendo realidad lo que es falso reflejo.

 

18 de septiembre de 1999

Bayamón, Puerto Rico

Mi DaBar 3


Antulio Parrilla, ¿un obispo feminista?

Inicio esta reflexión reconociendo, no con poca vergüenza, mi poco conocimiento sobre la figura de Monseñor Antulio Parrilla. Sé poco sobre él y, lo que es aún más triste, lo he leído poco a él. Por tal razón, esta invitación que hoy se nos hace a los estudiantes de teología me parece una excelente oportunidad para conocer un poco más, y leer, a quien el teólogo y sacerdote franciscano, Darío Carrero, ha reconocido como “el primer teólogo puertorriqueño”.

Sé que Antulio Parrilla creía firmemente en la independencia de Puerto Rico, que luchó y estuvo dispuesto a ir preso en abierta desobediencia civil por la causa de la salida de la Marina de Guerra de los Estados Unidos fuera de Vieques, que combatió enérgicamente el servicio militar obligatorio, que estuvo muy involucrado en el movimiento cooperativista, que fue vocero de la doctrina social de la Iglesia y profeta de la justicia social en Puerto Rico y en el mundo entero. Pero como dice la Escritura, “nadie es profeta en su propia tierra.” Parrilla tampoco fue bien acogido en su patria. Sus radicales posturas eclesiales y sociales, basadas en los documentos oficiales de la Iglesia, pero sobre todo, cimentadas en la autoridad de la Buena Nueva del Evangelio, le costaron lo que a todo profeta: mucho dolor, sufrimiento y tal vez, lo más triste, la crítica y el rechazo de mucha gente. Como Juan Bautista, Parrilla era una voz clamando en el desierto. Y sabemos a donde fue a parar la cabeza del Bautista.

Confieso que no me extrañan para nada todas las luchas quijotescas que emprendiera Parrilla durante su vida. Sin embargo, en mi primer acercamiento formal a su persona, me he topado, ¡sorprendentemente!, con una serie de artículos en los cuales Parrilla reflexiona sobre el papel de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad en general. Mientras más leía, más sorprendida quedaba. A partir de mi lectura la pregunta que me ha surgido es: ¡¿Será posible?! ¡¿Un obispo feminista?! Me sorprendo porque cuando pienso en Parrilla, hombre puertorriqueño, nacido prácticamente a principios del siglo XX en un pueblo rural de la Isla, dentro de una cultura marcadamente machista, católico, y, pa’ remache, obispo, el “sospechómetro” se pone en “high” y emite su señal de alerta para que me ande con cuidado.

Hablando en serio, encontrarme con el pensamiento vanguardista de Parrilla con relación al papel de las mujeres en la Iglesia y en el mundo ha sido para mí una grata sorpresa. Digo vanguardista porque si ubicamos el génesis de la teología feminista para la década de los sesenta, Parrilla alza su voz en Puerto Rico a favor de las mujeres más o menos para la misma fecha en que la teología feminista va abriéndose brecha en el universo teológico tradicional. De esta manera, nuestro obispo boricua, va haciéndole coro a un sin número de voces femeninas que comenzaban a proclamar la buena nueva de liberación evangélica, no tan sólo para la mujeres, (aunque sin duda alguna preferencialmente por ellas y para ellas), sino para toda la humanidad. Digo vanguardista, además, porque me atrevo a afirmar, sin temor a equivocarme, que muy pocos hombres, mucho menos sacerdotes, mucho menos obispos, se hubieran atrevido a adoptar la postura que Parrilla asumió con relación a la lucha por la liberación e igualdad de las mujeres, de manera tan abierta, honesta y radical, sobre todo para la época en que comenzó a hacerlo.

Supongo que esta postura a favor de la mujer se sumaría a la lista de las muchas razones que les sirvieron a algunos para marginar y excluir a Parrilla del escenario eclesial. Esto lo confirma Antonio M. Stevens-Arroyo al señalar que “por desgracia, el método de Parrilla para solucionar los problemas hablando claro no fue bien recibido en todo Puerto Rico.”[1] Esta claridad en su discurso se muestra muy bien en algunos de sus escritos en los que deja plasmado su pensamiento teológico con relación al papel de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad. Deseo compartir algunos de sus más preclaros pronunciamientos con relación al tema.

Ya para el año 1974, ante la ordenación de un grupo de once mujeres diaconisas de la confesión episcopal, Parrilla se regocija al saber la noticia y declara que tal evento constituye “un irrevocable paso de adelanto en el progreso de la lucha del sexo femenino por sus derechos en la Iglesia.” Obviamente, con esta manifestación pública, Parrilla deja ver muy claramente cuál es su postura dentro de la Iglesia Católica ante la acalorada discusión sobre el sacerdocio femenino:

La exclusión de las mujeres de las órdenes ministeriales dentro del cristianismo, es un anacronismo. Es un antisigno, pues contraría al cada vez más extendido criterio del alto valor de la dignidad de la mujer y de su equiparación de ésta con la dignidad del hombre. No hay base alguna en las sagradas Escrituras, ni hay un solo argumento teológico válido para prohibir el acceso de la mujer al sacerdocio [2]

Es un hecho que Parrilla conocía muy bien la posición oficial de la Iglesia declarada por Pablo VI en Inter Isigniores (1976). Por lo tanto, con estas arriesgadas declaraciones, Parrilla desafiaba abiertamente la postura oficial de la Iglesia ante un tema bastante controvertible y escabroso que le ha causado no pocos problemas a mucha gente.

Con relación a este último señalamiento, es interesante destacar el hecho de que, tal vez, para algunas personas como Stevens Arroyo, este desafío contrasta enormemente, con lo que este mismo autor califica como una “devoción casi ultramontanista al papado” por parte de Parrilla.[3] La etiqueta de “conservador”, señala Stevens, le viene de sus escritos en contra del control de la natalidad obligatorio y de la esterilización en Puerto Rico. Sería interesante investigar por qué este obispo, al parecer feminista, se oponía a dicho programa de gobierno. Al leer que se oponía fuertemente al control de la natalidad obligatorio, me atrevo a figurar que muchas mujeres, incluyendo a las más “comecandelas” y furibundas feministas, se opondrían, igual que lo hizo Parrilla, a dicho programa. ¿Cómo aceptar sin más un programa que no le da la oportunidad a las mujeres de escoger libremente si desean controlar o no la natalidad, si desean esterilizar sus cuerpos o no? Por otro lado, no sería osado pensar que Parrilla, como buen independentista, sospecharía de cualquier agenda política que posiblemente, muy por debajo de la mesa, lo que intentaba era mermar la población puertorriqueña para sabe Dios qué propósitos.

Pero regresando al tema del sacerdocio femenino, se ve claro que Parrilla atesoraba la esperanza de que este acontecimiento sirviera de ejemplo a la Iglesia Católica y a otras denominaciones cristianas que en aquel momento y todavía hoy, treinta y dos años después, (si se toma el 1972 como fecha del primer artículo encontrado en que se pronuncia sobre el tema), continúan negándoles a las mujeres el acceso a estos ministerios.

Parrilla resiente, en uno de sus escritos[4], el que todavía para 1986 la teología de la mujer esté todavía en pañales. De acuerdo a Parrilla, en el Concilio Vaticano II sólo aparecen ocho textos brevísimos sobre el tema de la mujer. Más adelante, lamenta más aún que Medellín, “que tuvo un ambiente acentuado de progresismo y liberalismo”, no tuviera “nada de original sobre la mujer.”[5]

Parrilla aplaude, en cambio, el esfuerzo notable de Puebla en concienciar sobre la marginación de la mujer tanto en las esferas sociales como eclesiales. Puebla núm. 845, reconoce que la mujer debería tener una participación más activa en la Iglesia ya sea en la coordinación de la catequesis o la pastoral en general. En el mismo número se recomienda, además, la tarea de confiar a las mujeres ministerios no ordenados y ordenados reservados hasta ahora a los varones. De acuerdo a Parrilla, “el cónclave de México es el que mejor atiende a la mujer”.[6]

Sin embargo, Parrilla concluye su reflexión indicando que “como vemos, no parece que todavía esté madura en la Iglesia Católica la cuestión de los ministerios ordenados…”.[7] Así va dejando ver su posición de avanzada respecto de sus homólogos y el resto del sentir católico mayoritario.

Además de la gran atención que presta a los documentos oficiales de la Iglesia, los argumentos que aduce Parrilla para defender la ordenación de las mujeres y su liberación integral están cimentados sobre una relectura del Nuevo Testamento que podría muy bien considerarse feminista. Parrilla, iluminado por la Palabra, vivía convencido de que ninguna sociedad lograría abolir toda forma de dominio, manipulación o subordinación “sin la luz del Evangelio”. [8]

Parrilla, afirma, por ejemplo, que el cristianismo se enfrenta a todas las formas de esclavitud, incluyendo, la sexual. De acuerdo a Parrilla, el ideal evangélico de que “en un sólo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo”(1 Cor. 12, 13) es “un mensaje que no caló nunca muy profundamente ni a plenitud”.[9]

Sostiene también que en los primeros siglos del cristianismo la mujer ocupó “un lugar fundamental, de gran actividad, como atestiguan los cuatro Evangelios, las cartas de los Apóstoles y en la primera historia de la Iglesia, los Hechos de los Apóstoles”.[10] Para apoyar sus ideas, Parrilla cita a Lucas 8, 1-3: “Jesús caminaba por ciudades y aldeas predicando y evangelizando el reino de Dios, y lo acompañaban los Doce y algunas mujeres”.

El ejemplo más genuino de liberación femenina para Parrilla es María, madre de Jesús. El obispo jesuita relee el diálogo de la Virgen con el ángel en el momento de la anunciación y rescata del texto valores que hoy se considerarían feministas: “Es un discernimiento de espíritus de parte de la Madre de Dios, y un supremo respeto a su persona de parte de Dios. Respeto a su carácter de mujer, respeto a su libertad, aunque con una grandiosa apertura mistérica del Todopoderoso.”[11]

Cuando María proclamó su respuesta a Dios en el Fiat: “¡¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra!”, entonces, celebra con júbilo Parrilla, “empezó la liberación de la mujer y de todos los hombres”. Tal descubrimiento llevó a Parrilla a proponer a María como modelo durante el Año Internacional de la Mujer[12]

Por eso, para Parrilla, lo único que impide a las mujeres el acceso a los ministerios ordenados, no es “ni la discusión teológica sobre la materia, ni es tampoco un dogma inalterable” sino más bien “una tradición (muy anticua y rígida, por cierto, dentro de las Iglesias cristianas) antifeminista, y de opresión y manipulación de la mujer.”[13]

Es notable que Parrilla no sólo ve en María, un modelo de mujer liberada, sino que también destaca a otras mujeres en la historia de la Iglesia como paradigmas de liberación femenina: Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús. Ambas han sido capaces, afirma Parrilla, de “romper moldes en la Iglesia.”[14]

Parrilla presta singular atención a Santa Catalina de Siena. Ve en ella a una mujer “que no tuvo que plantearse a sí misma si estaba liberada o no”. Luego de resaltar las motivaciones que movieron a Pablo VI a reconocerla solemnemente como Doctora de la Iglesia, Parrilla se cuestiona: “¿Qué hubiera dicho Santa Catalina de Siena de la ordenación sacerdotal de mujeres?”. Luego de dejar claro que, obviamente, éstas no eran consideraciones que se planteaban seriamente en el siglo XIV, Parrilla se responde a sí mismo que Santa Catalina “consideraba que todos los miembros de la Iglesia, sin excepción, tienen el deber de ejercer su particular ministerio, según los carismas de cada uno.” Concluye diciendo que Santa Catalina, “no necesitó estar ordenada sacerdote para cumplir, como lo hizo, tan perfectamente con su vocación, su misión y su ministerio”.[15]

Toda esta reflexión me sugiere una pregunta: ¿Creería realmente Parrilla que la ordenación de mujeres jugaba un papel importante en la búsqueda de la igualdad y la reivindicación de sus derechos frente a los varones dentro y fuera de la Iglesia? ¿Pensaría que era verdaderamente necesario para las mujeres el acceder a los ministerios ordenados para ejercer su ministerio dentro de la Iglesia según su particular carisma? Creo, a mi juicio, que Parrilla, al igual que hoy lo hacen muchas teólogas feministas, pensaba que el acceder a los ministerios ordenados era sin duda alguna un justo reclamo que hacían como hijas de Dios con igual dignidad que el varón. Sin embargo, considero que, hacia lo que apunta Parrilla en su escrito, es que antes de alcanzar este objetivo, las mujeres deben, y muchas lo están haciendo ya, asumir y realizar “de facto” la labor de aquel ministerio del cual aspiran sea reconocido oficialmente por todas y todos dentro de la Iglesia: el verdadero servicio al que Jesús invitó a todos sus amigos en la cena pascual cuando dando ejemplo les lavó los pies.

De ahí que Parrilla, fuera de todo pensamiento o actitud paternalista, anime en sus escritos a las mujeres a ser protagonistas de su propia historia: “Es obvio que compete a la misma mujer su propia liberación dentro y fuera de la Iglesia, organizándose y haciéndose oír y, sobre todo, actuando. [16] Años más tarde, Parrilla continuaría con esta misma línea de pensamiento y para ello se apoya en la autoridad de Juan Pablo II, quien en su exhortación Christifideles (49-51) afirma:

Si alguien tiene que hacer avanzar la dignidad de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, son las mismas mujeres, que han de reconocer sus responsabilidades como protagonistas…Los primeros pasos de la promoción y plena participación de la mujer en la Iglesia, en la sociedad y en la vida pública, sólo pueden darse si se reconoce plenamente la dignidad personal de la mujer…[17]

Luego, dos años más tarde, afirmará con relación a la lucha por la ordenación de mujeres que “Mucho dependerá de la militancia de la mujer misma en la defensa de sus derechos dentro de la Iglesia”.[18]

Sin embargo, Parrilla declara que “es función profética de la Iglesia la lucha por la dignidad de la mujer y su liberación.”[19] Cuando escribe “Iglesia” pienso que alude, sin lugar a dudas, al sustantivo colectivo que nace a partir de los documentos del Concilio Vaticano II y que ha quedado plasmado en la frase “Pueblo de Dios”. Para que todo esto tenga validez, declara Parrilla, es necesario que:

…todos los distintos segmentos de la Iglesia hemos de sentirnos comprometidos a hacer un riguroso examen de conciencia, hasta descubrir cómo estamos siendo cómplices de los que originan y mantienen las distintas estructuras de pecado que actualmente oprimen a la mujer dentro y fuera de la Iglesia.[20]

En el pensamiento de Parrilla, pues, esta lucha es un compromiso evangélico que deben asumir con radicalidad, no sólo las mujeres, (aunque es justo y necesario que ellas lleven la batuta), sino también todo el Pueblo de Dios: laicos, hombres y mujeres, religiosas, religiosos, jerarquía en general, desde el Papa hasta el más humilde sacerdote de pueblo. Hacer lo contrario es, dice Parrilla, ir en “contra la corriente del progreso humano”.[21]

Ante toda esta defensa en pro de los derechos de las mujeres, Parrilla mantuvo un espíritu crítico. Aunque pensaba que el surgimiento del movimiento de liberación femenina no es una moda pasajera o superficial, admite que esta lucha se puede ver amenazada por ciertos peligros y que hay que andarse con cuidado puesto que podría caer en ciertos excesos. Por esto aclara:

Podrá caer en algunos lugares en posiciones extremas, inaceptables en otros sitios. Tomará quizás algún tiempo en que se puedan plantear con mayor claridad y de modo universal los principales postulados de esa liberación. Naturalmente habrá que admitir y aceptar las diferencias biológicas y sociológicas de los sexos pero sin rendir el supremo reclamo feminista de completa igualdad, civil, social, económica, política y religiosa.[22]

Por último, quiero destacar un punto fundamental en el pensamiento de Antulio Parrilla con relación a su postura respecto a la liberación femenina y el cual debe ser tomado muy en cuenta por todas aquellas personas que desean ver al fin consumada esta utopía del Reino. Para Parrilla la liberación de las mujeres no está divorciada ni debe estarlo jamás de la liberación de los varones. Parrilla afirma que:

El movimiento liberacionista de la mujer sin duda estimulará, el movimiento de liberación masculino, pues tanto en cuanto se es consciente o inconscientemente opresor, chauvinista y dominador, con un falso sentido de superioridad, se está en urgente necesidad de una verdadera liberación.[23]

Piensa, además, que:

El plantear el problema mirando solamente a un sexo y no a ambos sexos, es ya un signo de discriminación. ¿Acaso el hombre no tiene necesidad de liberación? Si hay discrimen contra la mujer, ¿no es acaso el hombre el principal agente de discriminación contra la fémina, y por ende en necesidad él mismo de liberación?[24]

Parrilla considera al movimiento feminista como una tendencia que “no lucha contra los hombres, sino que con los hombres forcejea para obtener para todos una sociedad justa.”[25]

Partiendo de todas estas afirmaciones del obispo boricua puedo señalar que dentro del pensamiento de Parrilla, liberación femenina y liberación masculina no se excluyen, sino que se dan la mano para emprender la lucha por la liberación integral de todo ser humano.

Todo esto me hace pensar en algo que he venido escuchando hace ya algún tiempo por parte de varias personas en esos sabios comentarios de la calle: mientras no se trabaje con el varón, el problema del discrimen, de la marginación y la violencia contra la mujer continuará.

Intuyo que esta aportación de Parrilla, desde la Iglesia, iluminada por el Evangelio puede aportar mucho a la labor realizada por la sociedad civil en Puerto Rico a favor de la reivindicación de la igualdad y los derechos de la mujer.

Hoy en día existen muchos esfuerzos coordinados para ver hecho realidad este gran sueño. En nuestro gobierno existe una Procuraduría de la Mujer. Lo que he escuchado en la calle, en sobre mesas, en salones de clase y que ahora confirmo leyendo atentamente a Antulio Parrilla, me hace pensar en la necesidad urgente de organizaciones que se encarguen, en los ámbitos civil y estatal, de trabajar por la liberación del varón. Algo así como trabajar por el establecimiento de una Procuraduría del Varón.

En el ámbito eclesial tenemos un gran reto pastoral. Reto que consiste en acompañar a los varones, sean éstos laicos, religioso o sacerdotes, a trabajar a nivel psico-espiritual con sus heridas, sus procesos y sus historias personales. Sólo así podrán convertirse en sujetos de su propia liberación y comenzar, ¡al fin!, a colaborar con la reconstrucción del rostro y los cuerpos mutilados de tantas mujeres crucificadas, sobre todo en esta América nuestra.

Que el ejemplo de Antulio Parrilla sirva de inspiración a muchas mujeres, pero sobre todo, que sirva de inspiración a otros muchos varones, sobre todo aquellos que forman parte de la jerarquía de nuestra Santa Madre Iglesia Católica, para que al fin veamos hecha realidad las palabras de san Pablo: “Los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Cristo Jesús.·” (Gal.3, 27-29)


[1] Antonio M. Stevens-Arroyo, El obispo Parrilla: un Las Casas del siglo XX en Puerto Rico. ReLat. http://servicioskoinonia.org/relat/073.htm.

[2] Antulio Parrilla, sj., “Las mujeres al sacerdocio”, La Hora, 22-28 de agosto de 1974. (Subrayado mío).

[3] Stevens-Arroyo, El obispo Parrilla…

[4] Antulio Parrilla, La mujer en la Iglesia, El Nuevo Día, 21 de abril de 1986, p.49.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Antulio Parrilla, “Antifeminismo eclesiástico”, Claridad, 10 de diciembre de 1972, p.10.

[9] Ibíd.

[10] Ibíd.

[11] Parrilla, “Modelo de mujer liberada”, El Nuevo Día, 27 de diciembre de 1975, p. ?, (Subrayado mío)

[12] Antulio Parrilla, “Modelo…”, p.10. (Subrayado mío).

[13] Parrilla, “Antifemnismo…”, p. 10.

[14] Parrilla, “La mujer en la Iglesia”, p.40.

[15] Antulio Parrilla, “Liberación femenina”, El Nuevo Día, 1ro. de julio de 1980, p.29.

[16] Parrilla, “Antifeminismo…”, p. 10. (Subrayado mío)

[17] Parrilla, “El joven y la mujer”, El Visitante de Puerto Rico, 1ro. de mayo de 1993, p.13.

[18] Parrilla, “ Las mujeres al sacerdocio”, p.?

[19] Parrilla, “La mujer en la Iglesia”, p.40.

[20] Antulio Parrilla, “El joven y la mujer”, p.13.

[21] Parrilla, “Antifeminismo …”, p. 10.

[22] Ibíd.

[23] Parrilla, “Antifeminismo…”, p.10.

[24] Antulio Parrilla, “Año Internacional de la Mujer”, El Vocero, 29 de noviembre de 1975. pp.14 y 40, p.14.

[25] Parrilla, “Año Internacional…”, p. 40

Mi DaBar 2


Pena de muerte: ¿justicia o venganza?

Como muchas personas sabrán, el año pasado, el Sr. Ángel Nieves, confinado puertorriqueño en los Estados Unidos, fue ejecutado mediante inyección letal tras habérsele dictado sentencia de muerte en el estado de la Florida. Dos semanas después, el ex presidente de Irak, Saddam Hussein, fue “ajusticiado” en la horca luego de largos meses de juicio en su contra por crímenes de genocidio en su patria. Su ejecución fue morbosamente grabada y transmitida a través de la televisión y de la Internet. La prensa informó acerca de la muerte de algunos niños quienes, luego de haber visto la transmisión del ahorcamiento, repitieron la escena con el mismo destino que el dictador iraquí.

Quienes vivimos (¿o sobrevivimos?) en el mundo de hoy, en este “valle de lágrimas”, en esta selva (cada vez más gris y menos verde) donde prima la ley del más fuerte, asistimos día a día a la puesta en escena de un holocausto. Diariamente observamos, gracias a los más modernos medios de comunicación social, cuyo oficio se ha convertido en estrujarnos en la cara y hasta el hastío la agresividad y la violencia de la que nadie escapa, la aparición en nuestras pantallas de torturas, guerras, genocidios, violaciones, secuestros, y asesinatos de ¡tanta gente inocente!

Ante este dantesco panorama mundial los comentarios que espontáneamente nos surgen no son nada compasivos. Yo misma me doy cuenta como, casi inconscientemente, me uno al inmisericorde coro de voces que no hace más que montarse, cual montaña rusa, en una espiral de violencia, como la llamó Hélder Câmara, que sólo logra perpetuar el odio y la venganza. Por eso siempre he admirado profundamente al Lic. Enrique Ayoroa Santaliz, quien tras el asesinato de su hijo y frente a su féretro, reafirmó su oposición a la pena de muerte afirmando que perdonaba a quienes ese día le arrancaban el corazón.

Muchos podrían ser los argumentos a favor de la pena capital: que alguien así es un monstruo que no merece vivir, que le sale muy caro al estado tener a alguien en prisión tanto tiempo, que esto servirá de escarmiento para otros, que es un mal menor, etc. Todos ellos motivados por sentimientos de ira y venganza que sólo logran acrecentar el dolor de la pérdida y nos va reduciendo cada vez más a nuestra naturaleza puramente animal.

Otras personas, aquellas que apostamos por la vida, podríamos rebatirles aduciendo que dicha ley se presta para perseguir y fabricar casos a personas “indeseables”; o que más bien, podría resultar que, al final, el convicto fuera inocente y entonces tendríamos que cargar sobre nuestras conciencias con su muerte. Y aunque estos son argumentos válidos, yo deseo trascenderlos.

Soy cristiana y mi oposición a la pena de muerte no se fundamenta, simplemente, en argumentos de una lógica que más bien se apoya en la presunta inocencia del sentenciado. Mi oposición a la pena de muerte nace del Evangelio de Cristo; es decir, de Cristo mismo. Aquél que creyó firmemente en la bondad esencial de cada ser humano y en la posibilidad real de su conversión. Como cristiana estoy llamada a apostar por la vida, por la mía y por la de cada ser humano, por más crímenes horrendos que haya cometido. Me siento invitada a tender una mano y una sonrisa de apoyo y de confianza que transmita, sin palabras o con ellas, un “creo en ti” a quienes, llenos de enormes heridas profundas intentan también, a su modo, hacer “justicia”.

La pena de muerte no es una ley justa, es una ley vengativa que intenta hacer recaer la justicia sobre un ser humano que, seguramente, nunca supo lo que era un abrazo o un beso de amor; que tal vez, jamás recibió una palabra de aliento, un “Te amo”, un “Tú puedes”. Alguien que quizás sólo recibió golpes e insultos, voces negativas que lo estuvieron atormentando toda su vida y a las que sólo supo acallar con un golpe o un disparo. Más que clamar por venganza, disfrazada de justicia, deberíamos unir nuestros esfuerzos para transformar las cárceles en verdaderos centros de rehabilitación que ayuden a la persona a trabajar con sus heridas y con las voces del pasado que las impulsan a cometer estos delitos.

La pena de muerte es una ley poco civilizada para un siglo XXI plagado de tantos adelantos científicos y tecnológicos, pero más aún es una ley antievangélica. Es el grito postmoderno del “ojo por ojo diente por diente” milenario que incoherentemente aprobamos mientras recibimos la comunión dominical en la mesa de la solidaridad y la fraternidad. Es la irónica ley que aplica una nación que se hace llamar cristiana, mientras continúa imprimiendo monedas que rezan en una de sus caras: “In God We trust”. (¿Creerán en el mismo Dios de Jesús?)

A mí todo esto me hace recordar una novela que leí hace ya muchos años y cuyo final me impactó profundamente. Clara, quien relata la historia de La casa de los espíritus de Isabel Allende, ha sido violada por el Coronel Esteban García, su tío, quien a su vez es fruto de una violación: la del abuelo de Clara sobre una mujer campesina. Clara, escribe en sus cuadernos: “Me será muy difícil vengar a todos los que tienen que ser vengados, porque mi venganza no sería más que otra parte de un rito inexorable. Quiero pensar que mi oficio es la vida y que mi misión no es prolongar el odio…” Como Clara, es mi deseo hacer de la vida, mi oficio, y mi misión, el amor misericordioso de Dios que sigue creyendo en el ser humano a pesar de todo…

 

lunes, 13 de octubre de 2008

El Espíritu cita...

Las Palabras

...Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan.
Me posterno ante ellas... Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito... Amo todas las palabras. Las inesperadas... Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen...

Vocablos amados. Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío... Persigo algunas palabras...

Son tan hermosas que las quiero poner en mi poema. Las agarro al vuelo cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas... Y entonces, las revuelvo, las agito, me las bebo, las trituro, las libero, las emperejilo...

Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola.

Todo está en la palabra. Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se colocó dentro de una frase que no la esperaba...

Tienen sombra, transparencia, peso, plumas. Tienen todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto trasmigrar de patria, de tanto ser raíces... Son antiquísimas y recientísimas. Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada...

Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos. Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, tabaco negro, oro, maíz con un apetito voraz.

Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías... Pero a los conquistadores se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí, resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... salimos ganando. Se llevaron el oro y nos dejaron el oro. Se llevaron mucho y nos dejaron mucho...

Nos dejaron las palabras.

Pablo Neruda

domingo, 12 de octubre de 2008

Mi DaBar...

En esta sección incluyo mi DaBar: las palabras, los escritos, los pensamientos que plasmo cuando la palabra urgente y necesaria se escapa de mí..

Todos los apellidos son “machos”

No sé por qué razón, ya desde niña, siempre me ha nacido rechazar espontáneamente cualquier intento de imposición patriarcal sobre lo que soy y lo que hago. Habrá quien diga que toda esa rebeldía podría deberse al haberme críado y crecido entre varones, sin ningún otro referente femenino en mi hogar que no fuera mi madre. Ser hija única mujer entre cinco varones (si sumo a mi padre), esto sin contar todos los primos varones y vecinos de mi calle con quienes jugué de pequeña, pareciese que me fue adiestrando para enfrentar este mundo dominado por hombres, no sin grandes conflictos y luchas.

Pero creo que el asunto no está tan claramente definido. Conozco muchas otras tantas mujeres que, como yo, se han criado entre varones sin haber desarrollado el más mínimo nivel de conciencia feminista. Por otro lado, ¿cómo explicar que una niña ya sea feminista a los siete años (más en práctica que en teoría, por supuesto), sin haber sido formada ni concienciada en lo más mínimo en cuanto a sus derechos de mujer se refiere?

Lo cierto es que ya desde niña consideraba muy injusto que mi madre tuviera que hacer ella sola las tareas de la casa, mientras mis hermanos se arrallanaban en el sofá para ver televisión, a comer y a ensuciar todo, cual marranos de porqueriza. (Pero dice el refrán que “hay que vivir para ver”. Sí, ver como hoy, ya casados, se ven obligados por sus esposas a limpiar y a recoger, hasta pasar la lengua, las cosas que nunca quisieron limpiar y recoger mientras vivieron amamantados en la casa paterna).

Mi madre, por su parte, sin ningún nivel de conciencia feminista, más por falta de educación y formación en esa área, que por un solapado machismo femenino, no sembró en mí la semilla de la justa rebelión, al menos directamente. Ella hacía lo que creía que tenía que hacer, por ser mujer y por haberse casado para toda la vida con un buen hombre, pero machista y paternalista al fin, buen católico en todos los sentidos, criado, a su vez, por una mujer con la misma mentalidad y visión de mundo que mi madre.

Algo muy bueno tuvo mi madre al criarme, aunque sé que muchos y, lamentablemente, muchas pensarán que es un disparate: no me obligó nunca a hacer nada en la casa. No. Mientras yo sabía de compañeras de escuela a quienes sus madres golpeaban si no fregaban, planchaban, cocinaban o limpiaban, mi madre se mantuvo impasible ante mi huelga inconsciente de brazos caídos. Debo aclarar, además, que mi madre no era ni ha sido nunca una mujer muy amante de la limpieza y el orden; tal vez esto contribuyera enormemente a su inalterable comportamiento ante mi sublevada “pereza” cotidiana. Tampoco, ¡gracias a Dios!, tuve que asistir ¡jamás! a una diabólica clase de Economía Doméstica, en la cual se adoctrinaba a mis contemporáneas acerca de lo que es y hace una verdadera mujer que quiera “casarse bien” y hacer “feliz” a su futuro marido.

Más tarde, cuando crecí y maduré fue inevitable mi colaboración con las tareas de la casa. Pero me enorgullece afirmar que mi participación solidaria fue producto de una toma de conciencia que brotó de la madurez y del respeto hacia la dignidad de la persona, que en este caso era mi madre, y no motivada por una imposición violenta desde arriba, como fue el caso de mis coetáneas. Imposición ejercida por mujeres muy machistas, a veces más que algunos hombres.

Para aquel entonces, mi madre firmaba los documentos oficiales añadiéndole una cola humillante a su primer apellido: Juanita Reyes de Rivera. Y, entonces, un día le vino con el cuento a mi madre, una tía política mía, (muy mandona, por cierto, y muy dominante, que es lo mismo que decir muy machista), que ella no era de nadie, que eso de ponerse la bendita preposición de pertenencia luego del primer apellido era muy “machista”. Entonces yo, entrometida como siempre, presentá como siempre, habladora como siempre, me metí en la conversación a la que nadie me había llamado, pero a la que por mi ya desarrollada conciencia feminista, me sentía interpelada a inmiscuirme, por aquello de no guardar el mítico silencio ancestral femenino, y le pregunté a mi tía, la política, cómo firmaba ella. Entonces, yo, que esperaba saber, por fin, cómo firmaba una mujer emancipada, me desinflé cual globo de circo pinchado por un sangrigordo niño malcriado, al escucharla decir que ella, que era González, había usurpado, bocabaja y servil, mucho más sometida que mi madre, el apellido de su marido, hermano de mi madre, a la hora de plasmar su preciosa firma. Y lo decía, ¡Dios mío!, llenándose la boca, como si estuviera diciendo la gran cosa, como si su discurso fuese un manifiesto de la vanguardia feminista más comecandela y furibunda.

Hoy recuerdo esta anécdota con tristeza y se me despierta nuevamente la gran desilusión que sentí en aquel momento, puesto que en estos días se da un fenómeno similar. Muchas personas, hombres y mujeres, más mujeres que hombres, (sobre todo quienes en busca de una mejor educación, a veces, o con el deseo de conocer mundo y evolucionar, otras, se van a estudiar allende los mares caribeños hacia el Atlántico imperial anglosajón), han adoptado una nueva forma de escribir sus hispanos nombres.

Esta novedosa forma de declarar su identidad ante el mundo tiene como raíz una noble motivación con la que, a pesar de su noble intención, no comulgo. Sus propulsores desean dar a sus madres el valor de igualdad y dignidad que, desde su génesis, ha buscado todo el movimiento feminista para todas las mujeres del Planeta. Para ello escriben su nombre junto a sus dos apellidos unidos por un nórdico guión. La idea que hay detrás es la de hacer visibles a sus madres y todo lo que ellas significan en sus vidas, a través de la escritura del “apellido de esta”.

Como en la cultura estadounidense, que de liberal, democrática e igualitaria tiene lo que yo de “macho”, el “apellido de la madre” se pierde para efectos de uso oficial, los nobles misioneros feministas intentan salvar de la invisibilidad a sus madres, pegoteándole al apellido del padre, “el de la madre”, con un guión. Este guión se usa en los Estados Unidos en ciertos apellidos que, siendo uno solo, se dividen en dos.

Pues bien, que me perdonen los misioneros y misioneras feministas, pero eso del guión y los apellidos es puro cuento. De reivindicación feminista no tiene ni la surrapa. Mis apellidos son Rivera y Reyes. Rivera por mi padre y Reyes… ¿por mi madre? No. Por mi madre, no. Reyes era mi abuelo materno (por eso mi madre es Reyes) y su papá, que era mi bizabuelo, y su papá, que era mi tatarabuleo, y así ad infinitum… O sea, que lamento mucho destrozar sus utópicos sueños, pero todos los apellidos son machos masculinos. ¡No hay escapatoria por más guiones o signos ortográficos que les pongamos!

Pienso que para nosotras, las autoproclamadas o las etiquetadas feministas por los demás, es duro pensar que no hay salida. Sin embargo, cuando estuve redactando mi tesis de maestría acerca del lenguaje no sexista en el español de Puerto Rico, me topé con un libro sumamente interesante sobre el lenguaje, el patriarcado y el feminismo. Se titulaba Speaking Freely: Unlearning the Lies of the Father’s Tongues. Cuando comencé a leerlo me llamó la atención el testimonio de la autora acerca de su apellido. Decía esta feminista estadounidense que, puesto que todos los apellidos eran de hombre, ella había optado por inventar un nombre y un apellido para ella. Su nombre original no lo recuerdo ahora, pero su nuevo nombre era Julia Penelope. Y Penelope, con algún tipo de simbología que ahora tampoco recuerdo.

Sería interesante iniciar una campaña de planificación lingüística dirigida a este fin. ¡Caos, desconcierto, gritos, angustia, desesperación, blasfemia, herejía, hogueras y brujas quemadas! Ya me parece escuchar y ver a todos esos hombrotes indignados por semejante osadía femenina. Ya me imagino a los curas, monseñores y obispos pegando el grito en el cielo del dios pequeño que han creado, rasgándose las vestiduras, convocando a marchas, piquetes y manifestaciones para, cual cruzada descaradamente anacrónica, hacerle frente a las huestes de las insurrectas Juanas de Arco y brujas de Salem de la ultraposmodernidad que intentan robarles las paz y la armonía a los benditos hogares cristianos que ellos intentan pastorear.

¡Se imaginan qué pasaría si, a partir de mañana, todas nosotras decidiéramos cambiar nuestros apellidos por unos más creativos, menos patriarcales, más solidarios, más simbólicos, que dijeran más acerca de lo que somos o queremos ser como personas libres y pensantes! Sería un experimento muy interesante. ¿Qué tal si me llamara Libertad del Viento o Bendita Lluvia de septiembre?

14 de octubre de 2008

Carolina, Puerto Rico