Durante mis pasadas vacaciones, estuve leyendo un libro muy interesante titulado Mensajes ocultos del agua de Masaru Emoto. Este científico japonés establece una teoría que indica que las palabras tienen un gran poder sobre el agua y que, puesto que los seres humanos somos un 70% agua, debemos cuidar la forma en que las usamos, sobre todo, cuando nos comunicamos con otras personas. Masaru Emoto afirma en su libro que las palabras más positivamente poderosas son amor y gratitud, y que estas hacen que se formen los cristales de agua más armónicos y hermosos que puedan existir.
Mientras leía acerca de Kotodama o espíritu de las palabras, no pude evitar pensar en la palabra hebrea DaBaR, que significa "Palabra de Dios". Kotodama y DaBaR son, pues, realidades análogas: crean el mundo y pretenden transformarlo. En esa DaBaR creadora del Génesis reside el Espíritu que aletea sobre las aguas antes de la creación del mundo y quien, con cada palabra que pronuncia, hace posible el milagro de la vida, y quien, además, en cada detalle contempla cosas muy buenas: Dijo Dios: "Haya luz" y vio Dios que era bueno (Gn. 1, 3-4) .
Luego, esa misma DaBaR de Dios se encarna para redimir a la humanidad entera: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios... Todo se hizo por ella y sin ella nada se hizo... (Juan 1, 1-3). La Palabra existía, pues, antes de la creación del mundo y es la que lo crea y lo redime.
Cuando pienso, entonces, en todos mis años de estudios universitarios dedicados al estudio de las palabras y cuando tomo conciencia de mi delicada labor de correctora, me asusto y me maravillo. Me asusto porque es grande la responsabilidad que recae sobre mi lenguada espalda. Me maravillo porque cada palabra, bien dicha, crea, edifica, educa, construye, anima, seduce, invita a la creación. Pero si, en mi imperfecta limitación humana, descuido la precisión, el detalle, la letra, el orden de las palabras, los signos ortográficos (una coma mal puesta), entonces, mi trabajo se torna oscuro, se convierte en un caos, en aquel caos primigenio sobre el que Dios pronunció su DaBaR para establecer el orden, la armonía, lo bueno, lo perfecto.
Quiero pues invitarnos, a mí y a ustedes, a despertar nuestras conciencias acerca del poder de las palabras. Aquellas que, bien redactadas, bien ordenadas, bien escogidas, bien dichas, se asemejan a la DaBaR de Dios. Que nuestro ejercicio de escribir o de hablar sea semejante a la solemne labor de un gran artista que, inspirado en la belleza, esculpe una estatua de mármol. Que nuestras palabras se asemejen a la creación bondadosa de Dios: la que promueve la paz, la justicia, la compasión, el amor. Que con nuestras palabras, bendigamos, animemos, creemos, salvemos, amemos, igual que lo hace el Espíritu de las palabras, la DaBaR de Dios.
2 comentarios:
Saludos. Excelente post donde hablas sobre la relación entre DaBaR y Kotodama.
Muchas gracias. Saludos.
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