"En Japón se dice que las palabras del alma residen en un espíritu llamado "Kotodama" o espíritu de las palabras, y que algunas pueden cambiar el mundo. Todos sabemos que tienen una enorme influencia en nuestra manera de pensar y sentir y, por lo general, las cosas funcionan mejor cuando empleamos palabras positivas." Masaru Emoto
La famosa escritora española, Lucía Echevarría, ganadora del Premio Planeta, dijo en una entrevista, que murciélago era la única palabra en el idioma español que contenía las cinco vocales. Un lector, José Fernando Blanco Sánchez, envía la siguiente carta al periódico ABC, para ampliar su conocimiento.
Carta al director del diario ABC:
Acabo de ver en la televisión estatal a Lucía Echevarría diciendo que, murciélago es la única palabra en el idioma español que contenía las cinco vocales.
Mi estimada señora, piense un poco y controle su euforia. Un arquitectoescuálido, llamado Aurelio o Eulalio, dice que lo más auténtico es tener un abuelito que lleve un traje reticulado y siga el arquetipo de aquel viejo reumático y repudiado, que consiguiera en su tiempo, ser esquilado por un comunicante, que cometía adulterio con una encubridora cerca del estanquillo, sin usar estimulador. Señora escritora, si el peliagudoenunciado de la ecuación la deja irresoluta, olvide su menstruación y piense de modo jerárquico.
No se atragante con esta perturbación, que no va con su milonguera y meticulosaeducación.
Y repita conmigo, como diría Cantinflas:¡Lo que es la falta de ignorancia y carencia de agricultura!
Hoy intentaré explicar de la manera más sencilla posible un asunto un tanto complicado para los "dummies" de la gramática española.
Me pregunta una compañera de trabajo si se dice *habían personas o había personas. Le respondí que la forma correcta es había personas. La respuesta, para el común de los hablantes, suena un tanto ilógica, porque había, el verbo, es singular y personas es plural, por lo que no concuerdan en número. Pero lo que sucede es que la lógica de la lengua y nuestra lógica no siempre coinciden.
Cuando el verbo haber funciona como auxiliar, se conjuga en los tiempos compuestos, con todas las personas en singular y en plural. Así por ejemplo, podemos escribir: Las niñas habían buscado las muñecas, Ustedes habían venido a la fiesta y Cuando los policías hubieron llegado... En todos estos casos, los sujetos Las niñas, Ustedes y Los policías concuerdan en número con los verbos habían buscado, habían venido y hubieron llegado, respectivamente.
Sin embargo, cuando el verbo haber funciona como verbo unipersonal solo se conjuga en la tercera persona singular: Hay chinas, Hubo niñas (y no, *hubieron niñas), Había estudiantes (y no, *habían estudiantes).
Ahora bien, en español, como regla sintáctica, los sujetos y los verbos concuerdan en número, como sucede cuando el verbo haber funciona como auxiliar. El hablante común, por lo regular, aplica esta regla a una oración como Había muchas personas en la fiesta, adjudicándole el sujeto a personas y dicen, entonces, *Habián muchas personas en la fiesta. Si hacemos la prueba, veremos cómo personas no es el sujeto de la oración.
Cuando decimos Las jóvenes vinieron al campamento, podemos sustituir las jóvenes por el pronombre ellas y decir Ellas vinieron al campamento. Ellas y vinieron concuerdan en plural. Ahora bien, cuando aplicamos esta regla de sintaxis a la oración del verbo haber con función unipersonal, tendríamos que decir *Ellas hubieron o *Hubieron ellas. Entonces, nuestra lógica se derrumba ante la lógica interna del idioma, porque personas no es el sujeto, sino el objeto directo del verbo haber. Si preguntamos ¿qué había?, la respuesta es personas y podemos sustituir personas por las, pronombre personal átono de complemento directo. Así podríamos decir: Las había.
Querida compañera, espero haberte "iluminado", al menos, un poco, sobre este asunto un tanto complejo. Hay otros verbos unipersonales, que expresan fenómenos de la naturaleza. Pero eso es tema para otro Kotodama.
¿Tándem? Sí, tándem, y no es un nombre en sánscrito, es un vocablo llano, de origen latino para designar a aquello que en Borinquen Bella conocemos como doblecleta.
De acuerdo con el DRAE un tándem es, en su primera acepción: Bicicleta para dos personas, que se sientan una tras otra, provista de pedales para ambos.
No indica que sea un uso regional de algún país hispano, por lo que se puede inferir que forma parte del español normativo, común a todos los hablantes del español. Lo comparto con ustedes porque me pareció muy peculiar y novedoso. Al menos, nunca lo había escuchado por estos lares borincanos.
Espero que los "cabilderos boricuas" que luchan fieramente por nuestro español borincano en la Academia saquen mollero y pulseen como Dios manda para que nuestra doblecleta ingrese formalmente al bien prestigiado Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Es una alternativa lógica, sencilla y fácil de recordar, más que el tándem. ¿No creen que lo merece?
Para esa humilde vida religiosa que va por Nuestra América sembrando las semillas del Reino
Durante mis años dentro de la vida religiosa participé en innumerables encuentros de religiosas y religiosos de todo el continente americano. Fue una época de mucho enriquecimiento humano y espiritual para mí. Sin embargo, llamaba mucho mi atención que en estas asambleas y encuentros los conferenciantes, en sus charlas y en sus escritos, hacían cierta distinción que a mí me chocaba enormemente. Hablaban de Latinoamérica y el Caribe, erigiendo una gran muralla entre ambas zonas geográficas, como si le fuera imposible a algunos pueblos cruzar ciertas fronteras culturales. Muralla totalmente ilógica para mí, tan arraigada en mi puertorriqueñidad y en mi reclamo por formar parte de la Patria Grande Latinoamericana.
Cuando separaban ambas áreas geográficas, como dos bloques heterogéneos, querían destacar en su concepción de Caribe a aquellos pueblos de origen anglosajón que lo habitan. Dentro de “ese Caribe”, incluían —y todavía lo hacen, creo—, también, a los pueblos del Caribe hispano. Esto significaba, tal vez sin proponérselo, excluir de su concepto de Latinoamérica a los pueblos del Caribe hispano.
Por eso, cuando una vez comentaba yo algo sobre la realidad social de los países de Latinoamérica—incluido, por supuesto, Puerto Rico— una religiosa me corrigió añadiendo: "y el Caribe", como si Puerto Rico no formara parte de los pueblos de Latinoamérica.
Para mí aquello era ¡terrible!, porque al establecer aquella diferencia que tanto me chocaba, se nos desarraigaba a los cubanos, los puertorriqueños, los dominicanos, los haitianos y a los pueblos francófonos del Caribe, de nuestra "latinoamericanidad".
De acuerdo con la definición que ofrece el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, latinoamericana(o) es un adjetivo utilizado para designar a las personas naturales del conjunto de los países de América colonizados por naciones latinas, es decir, España, Portugal o Francia. Dentro de estos países se encuentran: Cuba, Puerto Rico, Haití, la República Dominicana y todos aquellos pueblos de habla francesa y española, que, además, son caribeños.
Sé bien que en el fondo de toda esa extraña concepción sociocultural de Latinoamérica y el Caribe lo que hay es el gran deseo de incluir a los pueblos de origen anglosajón en las reflexiones teológicas sobre Nuestra América, como la llamó Martí. Pero considero que el problema podría resolverse añadiendo un adjetivo a ese “religioso Caribe”: Latinoamérica y el Caribe anglosajón.
Pero si ha habido algo que siempre me ha indignado profundamente es la soberbia imperialista del uso incorrecto del adjetivo americano para referirse solo a los ciudadanos de los Estados Unidos de América, cuando americanos somos todas y todos los que habitamos esta inmenso y hermoso continente que se extiende desde el océano Glacial Ártico por el Norte hasta el cabo de Hornos por el Sur. El adjetivo más apropiado para designar a un ciudadano de los Estados Unidos sería estadounidense, porque norteamericanos son, también, los canadienses y los mexicanos.
Y a fin de cuentas, quiénes más americanos que los pueblos caribeños hispanos. Sí, porque son americanos ¡cinco veces!: (1) americanos, por vivir en el continente americano; (2) latinoamericanos, por su origen latino; (3)iberoamericanos, por ser pueblos de América que antes formaron parte de los reinos de España y Portugal; (4) hispanoamericanos, por su origen español; y (5) caribeños, por formar parte de ese Caribe multicultural, lleno de colores y contrastes, que no casualmente se encuentra en América, el continente.
Tal vez porque se acerca el verano y las temperaturas, a pesar de estos días de lluvia, ya han ido subiendo, se me ha acercado una persona a preguntarme si se dice la calor o el calor.
Pues bien, en la actualidad lo correcto y aceptado por la Real Academia de la Lengua Española es el calor, con el artículo masculino.
Ahora bien, debo aclarar que durante mucho tiempo, en el español medieval y en el clásico, los hablantes decían y escribían la calor, con el artículo femenino. Pero este uso femenino hoy se considera un arcaísmo, es decir, un uso lingüístico que ha caído en desuso. Además, el Diccionario panhispánico lo estigmatiza al indicar que hoy se considera vulgar y que debe evitarse, a menos que se use con fines literarios.
Como buena feminista que soy, solo me queda hacer, como conclusión de este sencillo e ingenuo Kotodama, una pregunta que me surge de mi eterno análisis de la sospecha: ¿por qué prevaleció el artículo masculino como correcto y culto sobre el incorrecto y vulgar femenino?
Me consuelo con saber que la forma femenina fue la precursora y quién sabe si los hablantes cultos, un día no muy lejano, vuelvan a decir la calor como "en antes", lo que obligue a la Academia a dar por culta y correcta la forma femenina.;)
En la antigua Grecia, Sócrates fue famoso por su sabiduría y por el gran respeto que profesaba a todos.
Un día un conocido se encontró con el gran filósofo y le dijo:
—¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?
—Espera un minuto —replicó Sócrates—. Antes de decirme nada quisiera que pasaras un pequeño examen. Yo lo llamo el examen del triple filtro.
—¿Triple filtro?
—Correcto —continuó Sócrates—. Antes de que me hables sobre mi amigo, puede ser una buena idea filtrar tres veces lo que vas a decir. Es por eso que lo llamo el examen del triple filtro. El primer filtro es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es cierto?
—No —dijo el hombre—, realmente solo escuché sobre eso y...
—Bien —dijo Sócrates— Entonces, realmente no sabes si es cierto o no.
—Ahora, permíteme aplicar el segundo filtro, el filtro de la bondad. ¿Es algo bueno lo que vas a decirme de mi amigo?
—No, por el contrario...
—Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, pero no estás seguro de que sea cierto. Pero podría querer escucharlo porque queda un filtro: el filtro de la utilidad. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme de mi amigo?
—No, la verdad que no.
—Bien —concluyó Sócrates—, si lo que deseas decirme no es cierto, ni bueno e, incluso, no es útil, ¿para qué querría saberlo?
Usa este triple filtro cada vez que oigas comentarios sobre alguna persona, sea amiga o no. Al hacerlo te convertirás en un agente de paz. Misión que urge mucho en estos tiempos de guerra.
Siguiendo la línea de pensamiento y la filosofía de vida que, entre otras motivaciones, ha inspirado este blog, he recordado en estos días algo fundamental para la vida, que aprendí en un taller que tomé hace unos años con la Dra. Maritza Peña, consejera profesional.
En su charla, Maritza nos hablaba de lo importante que es para nuestras relaciones humanas establecer en nuestra comunicación un filtro de la verdad. Este filtro consiste en hacernos las siguientes preguntas cuando vamos a comentar algo de otra u otras personas:
• Lo que voy a decir, ¿es útil?• ¿En qué ayuda esto que deseo comunicar?•Eso que deseo hacer saber, ¿es bueno?
Me parecen preguntas esenciales que nos pueden ayudar a discernir si lo que vamos a comunicar ayudará a crear un mejor ambiente familiar, laboral o social. Este ejercicio, que parece tan sencillo, requiere de práctica y disciplina. A diario, confrontamos situaciones difíciles en nuestras familias y en nuestros lugares de trabajo, que nos pueden llevar a realizar comentarios que, en lugar de sembrar semillas de diálogo y de paz, nos inducen a sembrar vientos que terminan en tempestades.
Este filtro de la verdad se parece mucho a una frase que leí en uno de mis retiros de oración centrante: "Si lo que tienes que decir no es más hermoso que el silencio, no lo digas". Poner en práctica el filtro de la verdad en nuestro día a día nos ayudará a ser agentes de paz allí donde nos encontremos. Gandhi decía: "Tú puedes ser el cambio que quieres ver en el mundo". Empieza por ti mismo/a que, después, seremos dos.
Hoy no voy a explicar nada ni de ortografía ni de sintaxis ni de semántica. Me he sentido muy culpable por haber llamado a un gran amigo a quien quiero y admiro profundamente, "nuyorican". Fue una broma, pero estoy arrepentida. Desde ese momento, no he dejado de pensar en esas sentidas y tristes décimas que escribió don Juan Antonio Corretjer ante la tragedia de todas y todos esos puertorriqueños que, por alguna razón, han tenido que partir de nuestra patria. Para mi gran amigo, a modo de diculpas, y en honor a don Juan, ahí van estos versos:
Desde las ondas del mar que son besos a su orilla, una mujer de Aguadilla vino a New York a cantar, pero no, sólo a llorar un largo llanto y morir. De ese llanto yo nací como en la lluvia una fiera. Y vivo en la larga espera de cobrar lo que perdí.
Por un cielo que se hacía más feo mas más volaba a Nueva York se acercaba un peón de Las Marías. Con la esperanza, decía, de un largo día volver. Pero antes me hizo nacer, y de tanto trabajar se quedó sin regresar: reventó en un taller.
De una lágrima soy hijo y soy hijo del sudor, y fue mi abuelo el amor único en mi regocijo del recuerdo siempre fijo en aquel cristal de llanto como quimera en el canto de un Puerto Rico de ensueño, y yo soy puertorriqueño, sin ná, pero sin quebranto.
Y el echón que me desmienta que se ande muy derecho no sea en lo más estrecho de un zaguán pague la afrenta. Pues según alguien me cuenta: dicen que la luna es una sea del mar o sea montuna. Y así le grito al villano: yo sería boricano aunque naciera en la luna.
Contrario a lenguas como el inglés y el francés, en español, los días de la semana y los meses se escriben en minúscula. La misma regla aplica para las estaciones del año. Esto es algo que mucha gente no sabe, y es la razón por la que, a menudo, los encontramos escritos con mayúsculas en muchos escritos formales e informales. Así pues, en español se escribe: lunes y no, Lunes; septiembre y no, Septiembre; primavera y no, Primavera. Otra práctica muy común, al menos en Puerto Rico, es —tal vez por influencia del inglés— escribir la fecha colocando primero el mes y, luego, el día. O bien, es frecuente escuchar a personas que, al preguntarles la fecha límite para entregar la planilla al Departamento de Hacienda, podrían responder: Abril 15 de 2010. Pues bien, en español la fecha debe escribirse de la siguiente manera: 15 de abril de 2010, y así mismo comunicarlo en el lenguaje hablado. Esto que, para muchos y muchas, podría parecer un capricho académico, no lo es. Tiene su lógica. Cuando decimos abril 15, estamos expresando la posibilidad de que existan, al menos, otros catorce meses llamados abril, e indicar que los distinguimos al colocarles, como modificadores pospuestos, los números cardinales. Cuando, por el contrario, decimos 15 de abril, estamos comunicando que el 15 es el número del día que pertenece al mes de abril, que es el único mes con ese nombre que existe en nuestra lengua. Pero… ¿y qué hablante del español puede pensar que hay muchos meses de abril?, se preguntarán muchos de ustedes. Y tienen mucha razón. Lo importante de una lengua es que comunique —ese es su fin primordial—y cuando se dice Abril 15, cualquier hablante recibirá el mismo mensaje que cuando decimos 15 de abril. Pero, también es cierto que seguirá careciendo de lógica lingüística enunciarlo de acuerdo con la construcción sintáctica anglicada. Como bien he aprendido en mis clases de Lingüística y como estoy confirmando en mi reciente taller sobre la Nueva Gramática, la lengua la construyen y la mantienen viva los hablantes. Si de tanto expresarlo de la manera como se haría mediante la sintaxis inglesa, y comenzaran a utilizarlo los hablantes educados y bien formados del español, este uso podría llegar a formar parte de la norma e integrarse a nuestra gramática de dicha forma. Un tanto clasista, ¿no?
Hay verbos que, por su contenido semántico y por escribirse de manera similar, pueden causar confusión entre los hablantes. Un ejemplo de estos son los verbos numerar y enumerar.
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) numerar es: 1. Contar por el orden de los números. / 2. tr. Expresar numéricamente la cantidad. 3. tr. Marcar con números. Por otra parte, enumerar, según DRAE, significa: enunciar sucesiva y ordenadamente las partes de un conjunto.
Así pues, suelen usarse indistintamente para escribir oraciones como: Juan, por favor, enumera las cajas, cuando debería escribirse: Juan, por favor, numera las cajas.(Cuando se quiere exhortar a que se escriban números sobre las cajas). O bien: El presidente numeró las causas del conflicto bélico, cuando debería escribirse: El presidente enumeró las causas del conflicto bélico. (Si se quiere indicar que el presidente está ofreciendo una lista de las causas que han originado un conflicto bélico).
Así es que, distinguida lectora [o lector], si va a escribir números a las cajas de su mudanza, usted va a numerar las cajas, pero si lo que va a hacer es ofrecer a algún amigo o familiar las razones por las cuales se muda, usted va a enumerar las causas por las cuales cambia de residencia.
El verbo haz es la conjugación de la segunda persona singular del modo imperativo del verbo hacer. Al hacer su uso, intentamos realizar alguna de estas acciones: mandar, exhortar, rogar o disuadir. Así, podríamos decirle a alguien: Haz lo que te dije y verás como todo te sale a pedir de boca.
Ahora bien, cuando usamos el verbo haber como auxiliar de la segunda persona singular del tiempo pretérito perfecto del modo indicativo, podríamos decir, entonces, lo siguiente: Has hecho lo que te dije y todo ha salido a pedir de boca.
Así es como se muestra el uso ortográfico correcto de haz y has, que responden a usos verbales muy distintos. Espero haber iluminado un poco a mi amiga la croniana y, con ella, a mis fieles lectores y lectoras.
Solo de la más increíble mujer sale el más increíble hombre. Solo de la más amigable de las mujeres sale el más amigable hombre. Solo del cuerpo perfecto de una mujer sale un hombre formado perfectamente. Solo de los inimitables poemas de la mujer pueden salir los poemas del hombre. Solo de la fuerte y arrogante mujer a quien amo puede salir el hombre amado. Solo porque me abraza fuertemente una mujer surge el abrazo fuerte de un hombre.
Solo de la mujer sale el hombre. Solo de la mujer sale el hombre.
Solo de la justicia y simpatía en la mujer puede haber simpatía y justicia. Sobre la tierra y por toda la eternidad el hombre cantará su grandeza. Cantará su grandeza el hombre, pero cada canción tendrá nombre de mujer.
Walt Whitman (Adapatación al español de Roy Brown)
Escucho, a menudo, a muchas personas que, tal vez, por influencia del inglés, prouncian la rr (vibrante múltiple) de la palabra arroba como pronuncian la r (vibrante simple) en la palabra aroma.
La próxima vez que alguien te pida la dirección de algún correo electrónico, pronuncia bien, si no lo has hecho hasta ahora: di arroba, pronunciando la rr como en arroz, y no aroba. La palabra aroba no está registrada en el Diccionario de la Real Academia Española, al menos, por ahora (y no ahorra).
No ahorres esfuerzos cuando se trate de hablar con precisión y armonía nuestra hermosa lengua española. No es lo mismo, pero que perro, como no es lo mismo para que parra o perra que parra. No te vaya a pasar como aquel neófito lector de salmos que al proclamar el salmo 127 (128) leía: "Tu mujer como perra fecunda", en lugar de "Tu mujer como parra fecunda".
Sobre la definición de esta antigua palabra de origen árabe y los misteriosos caminos que tomó hasta llegar a colarse en el mundo cibernético escribiré en otra oportunidad.
Me pregunta un gran amigo cuál es la diferencia entre hallayhaya, y su uso casual; es decir, su uso lingüístico informal. (casual, en el contexto que él propone, es un calco semántico del inglés).
Pues bien, halla puede tener como sinónimo encuentra, puesto que es una conjugación del verbo hallar,cuyo significado, según el Diccionario de la Real Academia, es “dar con alguien o algo que se busca”. Así pues, yo le podría aconsejar, en un encuentro casual (ahora sí bien utilizado, pues aquí significa “por casualidad”), a un reflexivo anciano: “Halla la felicidad en aquella que da la victoria”. Que sería como indicarle: “Encuentra la felicidad en aquella que da la victoria”.
Por el contrario, cuando el verbo haber,al conjugarse en tiempos compuestos, se utiliza como verbo auxiliar que acompaña a un verbo principal, aparece el haya que le causa confusión a mi amigo y, como a él, a muchos más. Así pues, yo podría seguir dialogando con el reflexivo anciano y comentarle: “Cuando hayas llegadoa tierras bárbaras, y hayas hallado la felicidad, confirmarás, una vez más, que ella da la victoria”.
Y hablando de tierras bárbaras, eso me recuerda que hay cierto barbarismo imperdonable y jamás aceptable en ningún registro lingüístico, ni formal ni informal, de ninguna variante del español: haiga (en pésima sustitución por el haya, del que hablaba en el párrafo anterior). Como dice mi buena amiga Charo: “Dígalo bien… que nada le cuesta”.
Contrario a lo que muchas personas piensan, el aparato electrónico que a diario usamos en nuestras cocinas para, entre otras cosas, acelerar el proceso de calentar nuestros alimentos cuando llegamos “esamayaos” de la calle se llama microondas. Sí, microondas sin h y no, microhondas con h.
Es curioso, tan empeñados que andan algunos (y algunas), como el gran García Márquez, con simplificar la Ortografía de nuestra hermosa lengua española eliminando esa h muda, impertinente e “innecesaria” y, justo cuando la pueden “enviar de paseo”, cuando pueden libre y “legalmente” prescindir de ella, ahí van y la colocan incoherentemente donde no toca.
Digo incoherentemente, porque cuando imagino la existencia de un microhondas, pienso en la gran contradicción que implicaría su existencia. Micro- es un prefijo griego que significa “muy pequeño”; honda puede significar, en una de sus acepciones, “alguna cosa que posee gran profundidad”. Al unir ambos significados tendríamos un objeto o un accidente geográfico caracterizado por su “muy pequeña honda profundidad”. Y, entonces, la profundidad o sería muy poca o sería mucha, en su extensión, por la hondura. (Aunque si intentara otorgarle cierta lógica semántica podría hacer poesía al definirlo como “aquello que posee una muy hondamente pequeña profundidad”. Es decir, “aquellos objetos que son superficiales”, como la fe y el corazón de algunas personas”).
O quién sabe si, tal vez, convertida en una quijotesca “Davidita” tomaría fuertemente entre mis manos una microhonda (es decir, mi diminuta tira de cuero) para lanzar piedras de redención que derribaran al gran Goliat del Norte y liberar, ¡al fin!, a mi pueblo.
Tengo amigos que no saben el lugar que ocupan em mi corazón. No perciben el amor que les profeso y la absoluta necesidad que tengo de ellos.
El "amor-amistad "es un sentimiento más noble que el "amor-pareja" , pues permite que su objeto de cariño se divida en otros afectos, mientras que el "amor-pareja" tiene intrínsecos los celos, que no admiten la rivalidad.
Y yo podría soportar, sin embargo, no sin dolor, que hubiesen muerto todos mis amores, ¡Pero enloquecería si muriesen todos mis amigos!
Hasta aquellos que no perciben cuánto son mis amigos y cuánto mi vida depende de sus existencias...
A algunos de ellos no los frecuento, me basta saber que existen. Esta mera condición me llena de coraje para seguir en frente de la vida. Sin embargo, porque no los frecuento con asiduidad , no les puedo decir cuánto los aprecio. Ellos no lo creerían.
Muchos de ellos están leyendo esta crónica y no saben que están incluidos en la sagrada relación de mis amigos. Mas es delicioso que yo sepa y sienta que los adoro, aunque no se los diga y no los frecuente.
Y las veces que los frecuento, noto que ellos no tienen noción de cómo me son necesarios, de cómo son indispensables a mi equilibrio vital, porque ellos hacen parte del mundo que yo, trémulamente, construí y se tornaron en fundadores de mi encanto por la vida.
Si uno de ellos muriera, yo quedaría torcido para un lado. Si todos ellos murieran, ¡yo me desmoronaría! Es por eso que, sin que ellos sepan, yo rezo por sus vidas. Y me avergüenzo, porque esa súplica está, en síntesis, dirigida a mi bienestar. Ella es, tal vez, fruto de mi egoísmo.
A veces, me sumerjo en pensamientos sobre alguno de ellos. Cuando viajo y estoy delante de lugares maravillosos, me cae alguna lágrima porque no están junto a mi, compartiendo aquel placer...
Si alguna cosa me consume y me envejece, es que la rueda furiosa de la vida no me permite tener siempre a mi lado, habitando conmigo, andando conmigo, hablando conmigo, viviendo conmigo, a todos mis amigos, y, principalmente los que solo desconfían o tal vez nunca van a saber ¡que son mis amigos!
Del poeta, escritor y compositor Vinicius de Moraes